La quinua enviagrada
Aventuras culinarias informales y afrodisiacas
Había sobrado mucha comida ese día. La cocinera hizo un mal cálculo, pensó en seis cuando tenía que pensar en cuatro. Le es difícil pensar en cuatro. Le resulta más fácil pensar en más. Mientras tanto él, callado en u esquina, observando como loco abandonado, miraba a cada una de las comensales, a sus compañeras terminando de comer. Pensó, !Estoy lleno ya!. Pero sus compañeras le insistieron en seguir comiendo, total había más quinua con cerdo. Había mucha quinua con cerdo, la cocinera no pensó en cuatro, pensó en seis y trajo mucha comida. Claro, si sobra comida miren al loco de la esquina, total, está loco, querrá comer para evitar pensar en su loca desgracia, no le importará engordar, a ellas si, eso las estresa, que sigan cebando al loco, a él le gusta la carne de cerdo.
El tema con la carne de cerdo es que es una delicia, no importa con qué la combines o como la cocines, es deliciosa y la quinua, ni hablar, pero la sazón, esa es clave. Es una combinación certera, agresiva y retadora. carne de un animal sobreexcitado. Sabían ustedes qué, el cerdo tiene orgasmos de más de 30 minutos, eso debe llevarlo en el músculo. Además, ese magno cereal, la quinua, según algunos entendidos en la materia es cosa de hombres. Fortalece los músculos y retarda el envejecimiento, sumado a que tiene un alto contenido de fibra. En esto pensaba el loco mientras veía la cantidad de comida aún por servir, ya no veía comida, veía placer. Bueno, nadie se sirvió más. Se dijo: ¿Por qué no terminar enviagrado a base de quinua con cerdo?, vamos, dale pa'lante. Tomó el táper y lo hizo suyo y raudamente lo puso en su mochila para no olvidarlo.
En su casa, el loco no calentó el plato, tenía miedo de activar mecanismos que no pudiera controlar. Cerdo y quinua, temía que su poder natural sobrepasarán los límites de su excitación nerviosa. Temía que su núcleo amigdaliano descargará sensaciones que no podría controlar, pensó en la cocinera, en su afán por cocinar esa endemoniada y sabrosa comida. Sí, aquella cocinera que no podía pensar en cuatro, solo en seis. Gracias a ella, después de todo, iba a cenar contundente, iba a cenar más. Decidió comer temprano, no quería tener pesadillas por comer tarde. Comió frío, disfrutó cada bocanada cuál niño come su algodón de azúcar. Acabó todo, lavó el táper y se durmió.
La mañana siguiente inició con mucha humedad, típica mañana de invierno en Lima, ciudad gris y triste. La humedad causaba una sensación extraña en el loco. Había sido quizá la quinua, quizá el cerdo, o ambos. Se duchó, pero notó que su priapismo mañanero hoy estaba exageradamente intenso. Nuevamente, recordó a la cocinera, ella no podía pensar en cuatro, solo podía pensar en seis. Y, por pensar en cuatro, ella llevó más comida endiablada y esa comida endiablada lo había dejado ahora enviagrado. Abrió el caño de agua fría y se remojó, nuevamente, lo repitió tres veces esa mañana. Se vistió, ropa ancha para disimular un poco el efecto de la cena y se marchó al trabajo. En el camino pensó. Abriré un negocio. Contrataré a la cocinera que no puede pensar en cuatro y le diré que piense en más, en muchos, en cientos, que cocine para miles y sacaremos la propaganda perfecta, y venderemos miles de platos de quinua con cerdo, de comida enviagradora. La propaganda dirá: !Quinua con cerdo, quina enviagrada!